Devolvería (y es una pena porque era interesante) el Manual del editor, de Manuel Pimentel (en Editorial Berenice, grupo Almuzara). Tenía una cantidad de erratas insoportable desde la primera página hasta la última. Y lo mejor de todo era que en el capítulo en el que hablaba sobre cómo se compone una editorial y tal, citaban como imprescindibles a los correctores… Leer un texto sobre la importancia de contar con un corrector en plantilla cuando obviamente ese libro se había editado (y reeditado) sin pasar ni por una leve lectura de unos ojos me pareció tan incoherente como mosqueante (en gran parte porque soy correctora y me tocaba la moral, claro).
En fin, les escribí y todo para contárselo pero jamás recibí respuesta, así que por mí lo devolvería como castigo, ea.
😉